10.4.07

El Final de la Inocencia

Nadie más que la familia de Carlos Alberto Fuentealba sabe acerca del dolor de su ausencia.
Muertes vanas, muertes sin ningún sentido más que el recuerdo acodado de alguno que de tanto en tanto saca a relucir la memoria de vidas sesgadas en medio de la nada. La muerte es nada. La muerte es el nombre de una agrupación social.

Estúpidas valoraciones se esgrimen ahora acerca de qué clase de tipo era, cuántos hijos deja huérfanos, cómo lo querían en la escuela y si estaba o no en la manifestación… es decir la idea es que la memoria del mártir lo recuerde como “inocente”.

Porque todavía en Argentina deben justificarse los que piensan de determinada manera. Existe el riesgo de que si uno participa de manifestaciones, reclamos o marchas sea percibido como distinto y los distintos, pueden ser combatidos. El que se expresa, el que corta una ruta, el que peticiona se somete al riesgo de que algo le pase.
Nadie es reprimido estando en su casa mirando la tele y este es el meta mensaje que se ofrece precisamente a los que están calentitos haciendo zapping: por algo será.

Teresa Rodríguez, Víctor Choque, Aníbal Verón, Kosteki, Darío Santillán, los 36 del 19 y 20 de diciembre, Carlos Fuentealba buena gente, buenos amigos, hijos ejemplares, padres, honestos laburantes… muertos.

Parece consolidarse que cuando un sector social se manifiesta descontento ante su situación la forma de entender o solucionar el conflicto es reprimiendo. Deberíamos estar preocupados por definir qué es la democracia en la Argentina de hoy. Resabios de un autoritarismo sectario y siniestro está escondido en todos los rincones y estratos de la patria. No todos son canas desaforados. No jodamos, ahora se pondrán las cintitas negras, se asombrarán por las imágenes de los noticieros, pero se sigue escuchando en cualquier verdulería o estudio jurídico que los docentes siguen quejándose y reclamando aumentos salariales y que hacen paro sin preocuparse del perjuicio que le ocasionan a los padres que tienen que ir a trabajar sin tener dónde dejar a los chicos.

Algunos se han animado a responsabilizar al Ministro de Educación porque estableciendo un piso de $1040 generó esta ola levantisca en Neuquén que hubo de ser reprimida en pos de reestablecer el orden social quebrado.

Más claro: un policía, con dos condenas previas en su haber, le pega un tiro en la cabeza a dos metros de distancia a un docente porque este no acepta calladito lo que le dan. Otra: Si Carlos Fuentealba se hubiese quedado en su casa el Gobernador Jorge Sobisch no se habría visto “obligado” a reestablecer el orden. La última: si Daniel Filmus no propiciaba un aumento del salario docente mínimo no hubiese pasado nada.

Tanto Sobisch, como Macri o Blumberg pertenecen a la nueva y diletante derecha argentina que ha abandonado la discusión económica para procurar ganar terreno a partir del discurso del orden y la disciplina. La seguridad es otro fantasma movilizado a partir del mismo temario ya que la delincuencia y la movilización social tienen para ellos un rostro parecido.

“Lo grave es que se corten las rutas, reclamar está bien pero sin afectar los derechos del otro, a circular, por ejemplo” dijo Blumberg.
El recientemente divorciado de Sobisch, Mauricio Macri, ha seguido una intensa polémica con Luis D’elia increpándole la “la toma de una comisaría” ignorando el homicidio del dirigente del FTV Martín Cisneros por un lumpen amparado por esa seccional de La Boca.
La deformidad de expresiones tales como “el derecho de los demás” está en la punta de la lengua de todos los referentes de la derecha como oposición a la “permisividad progresista”.
El filósofo menemista Jorge Asís llama al momento actual como “Sociedad en estado de barra brava”.

Así, los derechos se van apilando de acuerdo a una lógica vomitiva: el derecho a la propiedad o a la libre circulación de los que tienen más, está en el mismo nivel que el derecho a la vida de un laburante. El derecho a trabajar o a un salario digno está varios pisos más abajo. El derecho a manifestarse libremente o a peticionar debe ser contrarrestado rápidamente, si es necesario con “la fuerza de la ley”.

Los miembros de esta nueva derecha no han dudado en realizar marchas, alguna de gran importancia, reclamando por cuestiones de seguridad ante el Congreso o en Plaza de Mayo sin arrastrar la culpa de haber cortado la calle. Sería bueno que arrancaran su prédica acerca del orden y la disciplina poniéndose al día con los impuestos.

No existe mayor humillación que no poder garantizarles el pan a los hijos. Una sociedad se ordena a partir de la decencia y esta viene de la mano de un compromiso colectivo con aquel que la está pasando peor. Igualar delincuencia con reclamo de justicia social es apoyar el dedo sobre el gatillo.

Todos, absolutamente todos tienen derecho a manifestarse, a reclamar y a peticionar ante las autoridades. Nadie debe morir en Argentina por pensar de una determinada manera, sea esta de la forma que fuere. Nadie puede esgrimir autoridad alguna, en ningún ámbito, para dirimir conflictos sociales mediante palos, balas o celdas.

La sociedad tampoco puede castigar a quienes ya han sido marginados por el sistema de desigualdades imperantes en los últimos 30 años. El Estado debe llevar adelante una política que le aclare a los sectores menos perjudicados que la declamada “decencia general de la nación” tiene su arraigo en una solidaridad obligada, en la tolerancia comprensiva y en la modificación activa de respuestas coyunturales que también pueden ponerlos en el centro de la escena.

Hay una amenaza escondida y disimulada en declaraciones menos frontales que las del imputable gobernador de Neuquén. Militantes y dirigencia del campo nacional y popular deben alertar, independientemente de sus preferencias electorales, acerca de este novedoso discurso asesino de la seguridad y la participación. Somos hijos, tenemos hijos, algunas personas nos quieren más, otras menos. No somos inocentes. Entendemos lo que sucede y tratamos de dar testimonio de ello. La violencia ya se ha llevado a muchos no podemos permitir que la injusticia amenace a los que aun estamos aquí.

Carlos Alberto Fuentealba, 41 años, docente fusilado en Neuquén el 5 de abril de 2007, presente, ahora y siempre. (Ausente de su casa, de sus hijos, de sus amigos, de su trabajo, desde ahora y para siempre)