Resulta sumamente difícil plantear un debate de ideas cuando ya se ha largado la carrera electoral. El 2007 es un año clave para la consolidación del proyecto nacional como también puede resultarlo para “el kircherismo”. La frase puede parecer provocadora porque lo es.
Desde el 25 de mayo de 2003 a la fecha han sucedido unas cuantas cosas. Para qué vamos a realizar un repaso laudatorio si la máxima apuesta de la oposición es no perder en primera vuelta.
Por derecha se afirma que los excepcionales precios internacionales de los commodities son motivo y razón única del fenómeno K. Por izquierda apuestan que el modelo de los 90 no ha cambiado, y que sólo se trata de gestos y palabras duras que terminan en acuerdos con “el imperio”.
Ambos análisis concluyen en error, no por falaces sino por miopes. Es cierto que el precio de las materias primas ha beneficiado sustancialmente el crecimiento del PBI, tan cierto como que los ingresos fiscales han engordado al ritmo de la producción y de las exportaciones. Las retenciones hacia este tipo de negocios hacen que el Estado reciba una parte de las diferencias generadas en el tipo de cambio que de otra manera enriquecerían exclusivamente a los productores. Con este aporte se financia el aumento de la inversión pública a partir de obras no pensadas en los ricos tiempos del 1 a 1. También se han volcado hacia el mercado interno millones de mangos mediante planes de inclusión o aumentos de jubilaciones. Más guita adentro fomenta el consumo, éste genera más producción y producir más requiere de más empleo.
Con una desocupación de más del 20% los salarios no presionan hacia arriba, más bien imploran al cielo. Cuando la expectativa mejora y los índices se reducen aumenta la demanda de bienes y también de trabajo, ergo los precios tienden a subir.
Quienes producen desean compensar utilidades no percibidas durante la depresión y aprovechar el envión ascendente de una demanda sostenida. Los trabajadores reclaman mejoras retrasadas y superar los escalones de la inflación anual. Si esto sucede, como está sucediendo, comienza a cambiar la ecuación en el reparto de riquezas, si fuera al revés se produciría una pérdida en el poder adquisitivo desacelerando el consumo, la producción y la creación de empleos, propuesta que eyectó a Lavagna del Ministerio de Economía.
Si, además, el Estado planifica e invierte en áreas en las cuales la rueda surfea la inercia, además de aumentar el PBI se avanza hacia el desarrollo que, simplificadísimamente, agrega valor a la producción mediante tecnificación y elaboración. La declamada inversión privada se suma para hacer negocios, no para almidonar la escarapela.
Desde el 25 de mayo de 2003 a la fecha han sucedido unas cuantas cosas. Para qué vamos a realizar un repaso laudatorio si la máxima apuesta de la oposición es no perder en primera vuelta.
Por derecha se afirma que los excepcionales precios internacionales de los commodities son motivo y razón única del fenómeno K. Por izquierda apuestan que el modelo de los 90 no ha cambiado, y que sólo se trata de gestos y palabras duras que terminan en acuerdos con “el imperio”.
Ambos análisis concluyen en error, no por falaces sino por miopes. Es cierto que el precio de las materias primas ha beneficiado sustancialmente el crecimiento del PBI, tan cierto como que los ingresos fiscales han engordado al ritmo de la producción y de las exportaciones. Las retenciones hacia este tipo de negocios hacen que el Estado reciba una parte de las diferencias generadas en el tipo de cambio que de otra manera enriquecerían exclusivamente a los productores. Con este aporte se financia el aumento de la inversión pública a partir de obras no pensadas en los ricos tiempos del 1 a 1. También se han volcado hacia el mercado interno millones de mangos mediante planes de inclusión o aumentos de jubilaciones. Más guita adentro fomenta el consumo, éste genera más producción y producir más requiere de más empleo.
Con una desocupación de más del 20% los salarios no presionan hacia arriba, más bien imploran al cielo. Cuando la expectativa mejora y los índices se reducen aumenta la demanda de bienes y también de trabajo, ergo los precios tienden a subir.
Quienes producen desean compensar utilidades no percibidas durante la depresión y aprovechar el envión ascendente de una demanda sostenida. Los trabajadores reclaman mejoras retrasadas y superar los escalones de la inflación anual. Si esto sucede, como está sucediendo, comienza a cambiar la ecuación en el reparto de riquezas, si fuera al revés se produciría una pérdida en el poder adquisitivo desacelerando el consumo, la producción y la creación de empleos, propuesta que eyectó a Lavagna del Ministerio de Economía.
Si, además, el Estado planifica e invierte en áreas en las cuales la rueda surfea la inercia, además de aumentar el PBI se avanza hacia el desarrollo que, simplificadísimamente, agrega valor a la producción mediante tecnificación y elaboración. La declamada inversión privada se suma para hacer negocios, no para almidonar la escarapela.
Seguramente hay sectores más propiciados, la Estrategia Argentina parece estar definiendo áreas de interés que chocan absurdamente con otras. El turismo, sólo un ejemplo, le saca un cuerpo a la ganadería por tironeos inertes de corporaciones que pretenden un modelo de país de levita y bigotera.
Los que corren por izquierda declaman expropiaciones, nacionalización (o estatización) de la producción, aumentos masivos o la prohibición de la Coca Cola.
El socialismo del siglo XXI está siendo debatido en todos los rincones del planeta. El bolivariano, anunciado por el Presidente Chavez, presume no dejarse llevar puesto con los precios de su producción petrolera –está en una posición de fuerza interesante-, venderle a quien tenga ganas y repartir mejor fronteras adentro. La re-estatización de la telefonía le costará a Venezuela 25 mil millones de dólares, algo más caro que un decreto.
El camino seguido por Evo Morales en Bolivia es similar, no está declarándole la guerra a España sino que le ha dicho a Repsol (y a Petrobrás) que el gas ya no se paga con espejitos de colores.
Si bien el nivel de desarrollo industrial de Brasil es mayor también son serios sus problemas internos. Mientras un sector de la nación vive en el siglo XXI la mayoría de su gente padece problemas del XIX.
Uruguay es defensor de la ecología pero también busca encontrar su camino más allá de las vacas. Nuestras diferencias son de idioma, mientras decimos “medio ambiente” los charrúas hablan de inserción productiva global.
Contextualizar básicamente un pedacito de Latinoamérica resulta necesario para la discusión política. La globalización es un proceso que puede resultar más o menos simpático, ignorarlo no lo detiene, ni siquiera facón en mano. Y Cuba es un museo.
Confundir Interés Nacional con los intereses de algunos nacionales de estirpe y acervo resulta impropio y egoísta. La teoría del derrame sucumbió por la voracidad de fabricantes de vasos cada vez más grandes.
La mentada defensa del interés nacional trata de cosas sencillitas como aumentar la escolaridad, disminuir la mortalidad infantil, garantizar la salud pública, fomentar el empleo productivo, equilibrar las reglas del mercado, velar por una justicia decente y procurar que el que se caiga del sistema sea contenido y asistido por un estado preocupado y solidario. Kirchner es a Stalin lo que Lennon a Bush.
En tres años y pico se han dado muchos pasos en ese sentido. Algunos más largos que otros. Debo reconocer también que uno termina cebándose cuando recibe más de lo que espera y que esto genera ansiedad e inclusive hasta posturas críticas.
Adjudicamos infalibilidad a la conducción aunque en este caso se trata de errores propios: nadie es perfecto. Kirchner también lo ha demostrado, en Misiones, por ejemplo. Rápido y audaz, sin embargo, corrigió en 24 horas.
Lo cierto es que la continuidad del camino requiere la fortaleza de un gobierno con todas las pilas. Aquí hay mucha tela para cortar: el poder es de los ganadores aunque ganar no sea una cualidad sino nada más que una calidad.
Los proyectos ganadores “llave en mano” que abona el presidente favorecen la consolidación del poder gubernamental pero también alimenta monstruos a los que nos toca ir cortándoles la cola.
Sabemos que la política no arranca desde un punto cero como tampoco son confiables los autollamados procesos fundacionales, al menos los posteriores a la llegada de Noé con su barquito. La historia política ha sido autora de la Historia Argentina.
La necesidad de un debate no tiene que ver con puros vs. impuros, pobres contra clases medias o peronistas con no peronistas.
La defensa del interés nacional requiere antes que nada definir conceptualmente "de qué se trata". La posibilidad de que lo general minimice el reclamo sectorial genera oposiciones hipócritas que esconden sus anhelos solicitando un modelo más claro.
La construcción del proyecto nacional, racional y popular refiere a la tipificación de un Interés Nacional donde debe importar menos el “qué” que el “para quienes”. Y aquí, ya sabemos, habrá algunos que se acerquen por interés y otros por nacionales.
La defensa del interés nacional requiere antes que nada definir conceptualmente "de qué se trata". La posibilidad de que lo general minimice el reclamo sectorial genera oposiciones hipócritas que esconden sus anhelos solicitando un modelo más claro.
La construcción del proyecto nacional, racional y popular refiere a la tipificación de un Interés Nacional donde debe importar menos el “qué” que el “para quienes”. Y aquí, ya sabemos, habrá algunos que se acerquen por interés y otros por nacionales.