Recuerdo haber compartido un encuentro con compañeros del MTD de Solano (Quilmes) a comienzos de los 2000. Esa experiencia difícilmente podrá olvidarse, como tampoco la angustia que cargábamos todos durante ese tiempo. La “mishiadura” nos tenía jaqueados, incluso hasta a los que sabíamos que de alguna manera u otra nos la íbamos a arreglar.
El MTD, paralelo a un estado inexistente, no ofrecía contención sino que aseguraba mínimamente condiciones de supervivencia. Educación, salud, alimentación e incluso la seguridad eran resortes del colectivo asambleísta.
Enrique, un miembro lúcido y formado, comentó acerca de las características de un movimiento que no tenía entre sus objetivos la inclusión sino el tránsito hacia la autonomía. Escapar de la condena a la que los había llevado el modelo económico transitando la organización y la ejecución de acciones coordinadas sin disputar lugares de poder que excedieran su ámbito era la consigna. No sonaba a otra cosa que a la búsqueda de sobrevida, literalmente hablando. Los objetivos de aquel MTD estaban trazados en el largo plazo… El carecer de un sueldo no iba a alejarlos de reconocer al trabajo como creador y transformador de la realidad. La obtención de planes sociales, en este contexto, era el sustento del individuo y también del colectivo mediante una solidaridad acordada.
Habrá sonado a dislate mi pregunta en aquella oportunidad; qué sucedería con la organización si las condiciones que le han dado existencia desaparecieran. Enrique me contestó que eso no ocurriría nunca ya que la exclusión era inherente al capitalismo. Entonces, me animé y tragando saliva retruqué: qué sentido tiene la resistencia si se renuncia a la utopía. La utopía, me contestó, vive en cada pibe que en vez de salir a chorear viene a la escuela de panadería.
….
Días atrás, conversando con algún dirigente nos dedicamos a aquello que se pretende discutir acá. La política en sí misma, nuestra política, tendiente a crear un proyecto nacional, racional y popular.
La cuestión es que hablábamos acerca del importante desarrollo producido por los movimientos sociales surgidos de las demandas piqueteras de entonces. Estos agrupamientos han ofrecido al gobierno magnificas respuestas a cuestiones centrales. Basta recordar que los piqueteros tomaban las calles en justas demandas que les permitieran asomarse al sistema mientras los incluidos, empujados por los medios de comunicación, pedían a gritos “represión” y “libre tránsito”. Los movimientos sociales fueron continentes de lo peor de la crisis económica gestada durante treinta años y el espejo donde la sociedad elegía no mirar por temor a encontrarse.
En el mundo actual y con el desarrollo alcanzado en la investigación social y el soporte tecnológico para los sondeos de opinión pública puede descubrirse fácilmente quién tiene uñas de guitarrero.
La cosa es dónde tiene que situarse el político en funciones cuando observa un cuadro estadístico: detrás de lo que le dicen las encuestas o escudriñando las causas que la originan. En definitiva el líder va detrás de la gente o delante de ella.
La jugada es difícil porque de un lado esta uno solito con su alma y en el otro los tantos por cientos arrojados por la encuesta.
Con el resultado puesto resulta evidente que “seguir el pálpito” además de demostrar coraje infunde mucho respeto. Las organizaciones piqueteras no impregnan las calles ni tampoco los planes han subido de sus magros 150 mangos. Hoy se las llama movimientos sociales.
La lectura hecha por el presidente fue que aquellos que clamaban su ingreso a la sociedad no constituían una amenaza para los ciudadanos. Por el contrario, la opción “represión”+“libre tránsito” amenazaba al plexo de la nación con una desintegración cercana.
Algo, sin embargo, ha sucedido luego con los movimientos sociales. Independientemente de los que claman por la abolición del capitalismo, mayoritariamente han ido sumándose al esquema de poder del gobierno constituyendo una de sus columnas más importantes. No vamos a entrar en mayores disquisiciones que podrían servir en alguna otra ocasión, aunque en síntesis podemos afirmar que este tipo de organizaciones son a Kircher lo que los primeros gremios al peronismo. Y la lectura parece ser clara. Representaron a los más jodidos del sistema mientras los gremios, valga una vulgar simplificación, sólo a puñados de sus propios trabajadores. Sin paritarias la actividad sindical tenía menos trabajo que los pilotos de Lafsa.
La construcción y el desarrollo territorial alcanzado ha tenido una gran extensión, su penetración alcanza distantes lugares de toda nuestra geografía. La realidad ha modificado el escenario de la política, fundamentalmente allí donde el peronismo es amo y señor y donde la falta de trabajo ha producido mayores daños.
Los cientos de miles de militantes de los movimientos sociales en todo el país están ante una disyuntiva de proporciones.
Es tiempo ahora de enfrentar un trascendente desafío que resulta agradablemente palpable. Los MS transitan la senda donde sus bases mutan de desocupados a trabajadores.
Su origen ha sido carcomido por una realidad venturosamente distinta, la dirigencia no ha sido formada en pos de una reconversión que modifique el origen de resistencia y lucha antisistema por una generadora de políticas activas, cuando lo logre estará transversalizando al gremialismo que ahora sí tiene actividad.
La dirigencia de los movimientos sociales no está lejos de este debate. Por el momento, la discusión viene siendo zanjada con proyectos cooperativos o emprendimientos productivos. Sus construcciones territoriales, familiares al peronismo, entran en contradicción con el pensamiento tradicional de la resistencia de izquierda, son, sin embargo, la base más desarrollada que sustenta las políticas nacionales, a veces como fuerza de avanzada otras como necesaria escenografía multitudinaria y popular del proyecto.
No deja de ser un tañir el lento pero sostenido ascenso de sus miembros en la pirámide social, reintegrándose a un sector de la vida ciudadana del que habían sido expulsados durante los 90.
Hay una profunda discusión que punza también el pensamiento del mismo peronismo. Voces calificadas podrán sostener que el origen del movimiento está en el conflicto social. Superar la coyuntura nos lleva a plantear que el modelo expresado por el presidente Kirchner, si bien nace de aquel origen, avanza decidido hacia una anhelada reducción o resolución de la injusticia a partir del trabajo y de un reparto más equitativo.
Estos no son temas menores, fundamentalmente porque los movimientos sociales son actores de la “Nueva Política”.
Una gran virtud que han sabido capitalizar es la incorporación de cientos de miles de jóvenes estudiantes que recuperan la garra asesinada de sus familiares militantes durante los 70.
Así compuestas las respectivas pirámides organizacionales develan una conducción vertical ilustrada integrada por cuadros de los 70, un segundo peldaño de jóvenes militantes formados en el compromiso genéticamente adquirido (y leído) y un tercer y masivo nivel de militantes de base cuya mayor sintonía es la coincidencia de clase y carencias.
Dirigentes de estos movimientos manifiestan su preocupación por contener un desarrollo territorial explosivo hacia una coordinación de fuerzas que les otorgue un destino que, de persistir el crecimiento y la reducción del desempleo, de la pobreza y la indigencia, deberá conducir hacia otro puerto.
Aunque resulta ampliamente evitable, cabe el riesgo de que la evolución pueda ser abortada sometiéndola a un sistema clientelar y punteril permanente, lo que caería en la contradicción de haberse creado lo que nació como su contracara.
Pensando sin tiempo, urge la necesidad de generar y presentar una dirigencia comprometida con idénticos valores independientemente de su semilla originaria.
El MTD, paralelo a un estado inexistente, no ofrecía contención sino que aseguraba mínimamente condiciones de supervivencia. Educación, salud, alimentación e incluso la seguridad eran resortes del colectivo asambleísta.
Enrique, un miembro lúcido y formado, comentó acerca de las características de un movimiento que no tenía entre sus objetivos la inclusión sino el tránsito hacia la autonomía. Escapar de la condena a la que los había llevado el modelo económico transitando la organización y la ejecución de acciones coordinadas sin disputar lugares de poder que excedieran su ámbito era la consigna. No sonaba a otra cosa que a la búsqueda de sobrevida, literalmente hablando. Los objetivos de aquel MTD estaban trazados en el largo plazo… El carecer de un sueldo no iba a alejarlos de reconocer al trabajo como creador y transformador de la realidad. La obtención de planes sociales, en este contexto, era el sustento del individuo y también del colectivo mediante una solidaridad acordada.
Habrá sonado a dislate mi pregunta en aquella oportunidad; qué sucedería con la organización si las condiciones que le han dado existencia desaparecieran. Enrique me contestó que eso no ocurriría nunca ya que la exclusión era inherente al capitalismo. Entonces, me animé y tragando saliva retruqué: qué sentido tiene la resistencia si se renuncia a la utopía. La utopía, me contestó, vive en cada pibe que en vez de salir a chorear viene a la escuela de panadería.
….
Días atrás, conversando con algún dirigente nos dedicamos a aquello que se pretende discutir acá. La política en sí misma, nuestra política, tendiente a crear un proyecto nacional, racional y popular.
La cuestión es que hablábamos acerca del importante desarrollo producido por los movimientos sociales surgidos de las demandas piqueteras de entonces. Estos agrupamientos han ofrecido al gobierno magnificas respuestas a cuestiones centrales. Basta recordar que los piqueteros tomaban las calles en justas demandas que les permitieran asomarse al sistema mientras los incluidos, empujados por los medios de comunicación, pedían a gritos “represión” y “libre tránsito”. Los movimientos sociales fueron continentes de lo peor de la crisis económica gestada durante treinta años y el espejo donde la sociedad elegía no mirar por temor a encontrarse.
En el mundo actual y con el desarrollo alcanzado en la investigación social y el soporte tecnológico para los sondeos de opinión pública puede descubrirse fácilmente quién tiene uñas de guitarrero.
La cosa es dónde tiene que situarse el político en funciones cuando observa un cuadro estadístico: detrás de lo que le dicen las encuestas o escudriñando las causas que la originan. En definitiva el líder va detrás de la gente o delante de ella.
La jugada es difícil porque de un lado esta uno solito con su alma y en el otro los tantos por cientos arrojados por la encuesta.
Con el resultado puesto resulta evidente que “seguir el pálpito” además de demostrar coraje infunde mucho respeto. Las organizaciones piqueteras no impregnan las calles ni tampoco los planes han subido de sus magros 150 mangos. Hoy se las llama movimientos sociales.
La lectura hecha por el presidente fue que aquellos que clamaban su ingreso a la sociedad no constituían una amenaza para los ciudadanos. Por el contrario, la opción “represión”+“libre tránsito” amenazaba al plexo de la nación con una desintegración cercana.
Algo, sin embargo, ha sucedido luego con los movimientos sociales. Independientemente de los que claman por la abolición del capitalismo, mayoritariamente han ido sumándose al esquema de poder del gobierno constituyendo una de sus columnas más importantes. No vamos a entrar en mayores disquisiciones que podrían servir en alguna otra ocasión, aunque en síntesis podemos afirmar que este tipo de organizaciones son a Kircher lo que los primeros gremios al peronismo. Y la lectura parece ser clara. Representaron a los más jodidos del sistema mientras los gremios, valga una vulgar simplificación, sólo a puñados de sus propios trabajadores. Sin paritarias la actividad sindical tenía menos trabajo que los pilotos de Lafsa.
La construcción y el desarrollo territorial alcanzado ha tenido una gran extensión, su penetración alcanza distantes lugares de toda nuestra geografía. La realidad ha modificado el escenario de la política, fundamentalmente allí donde el peronismo es amo y señor y donde la falta de trabajo ha producido mayores daños.
Los cientos de miles de militantes de los movimientos sociales en todo el país están ante una disyuntiva de proporciones.
Es tiempo ahora de enfrentar un trascendente desafío que resulta agradablemente palpable. Los MS transitan la senda donde sus bases mutan de desocupados a trabajadores.
Su origen ha sido carcomido por una realidad venturosamente distinta, la dirigencia no ha sido formada en pos de una reconversión que modifique el origen de resistencia y lucha antisistema por una generadora de políticas activas, cuando lo logre estará transversalizando al gremialismo que ahora sí tiene actividad.
La dirigencia de los movimientos sociales no está lejos de este debate. Por el momento, la discusión viene siendo zanjada con proyectos cooperativos o emprendimientos productivos. Sus construcciones territoriales, familiares al peronismo, entran en contradicción con el pensamiento tradicional de la resistencia de izquierda, son, sin embargo, la base más desarrollada que sustenta las políticas nacionales, a veces como fuerza de avanzada otras como necesaria escenografía multitudinaria y popular del proyecto.
No deja de ser un tañir el lento pero sostenido ascenso de sus miembros en la pirámide social, reintegrándose a un sector de la vida ciudadana del que habían sido expulsados durante los 90.
Hay una profunda discusión que punza también el pensamiento del mismo peronismo. Voces calificadas podrán sostener que el origen del movimiento está en el conflicto social. Superar la coyuntura nos lleva a plantear que el modelo expresado por el presidente Kirchner, si bien nace de aquel origen, avanza decidido hacia una anhelada reducción o resolución de la injusticia a partir del trabajo y de un reparto más equitativo.
Estos no son temas menores, fundamentalmente porque los movimientos sociales son actores de la “Nueva Política”.
Una gran virtud que han sabido capitalizar es la incorporación de cientos de miles de jóvenes estudiantes que recuperan la garra asesinada de sus familiares militantes durante los 70.
Así compuestas las respectivas pirámides organizacionales develan una conducción vertical ilustrada integrada por cuadros de los 70, un segundo peldaño de jóvenes militantes formados en el compromiso genéticamente adquirido (y leído) y un tercer y masivo nivel de militantes de base cuya mayor sintonía es la coincidencia de clase y carencias.
Dirigentes de estos movimientos manifiestan su preocupación por contener un desarrollo territorial explosivo hacia una coordinación de fuerzas que les otorgue un destino que, de persistir el crecimiento y la reducción del desempleo, de la pobreza y la indigencia, deberá conducir hacia otro puerto.
Aunque resulta ampliamente evitable, cabe el riesgo de que la evolución pueda ser abortada sometiéndola a un sistema clientelar y punteril permanente, lo que caería en la contradicción de haberse creado lo que nació como su contracara.
Pensando sin tiempo, urge la necesidad de generar y presentar una dirigencia comprometida con idénticos valores independientemente de su semilla originaria.
Hablábamos líneas arriba acerca de la necesidad de que los líderes ofrezcan gestos de audacia y coraje poniéndose al frente de sus propias convicciones independientemente de lo que le susurren los que tiran del saco. Seguiremos en algún lugar del infierno un tiempo más, comienza a vislumbrarse aún así alguna lucecita sugerente y atractiva que irá liberando a los compañeros de la necesidad que los organizó. Se trata entonces de avanzar urgentemente en la conversión de la necesidad, por la convicción y el mantenimiento de la solidaridad como bandera. Y porque no recuperar utopías que, devaluación mediante, hoy cotizan tres veces más que antes.
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